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Carta de un niño perdido a quienes creen en Nunca Jamás

(Publicado en Ábrete Sésamo el 16 de Abril de 2015)




“Por donde tu vayas, y pases yo paso Y por donde tu brinques, también yo brincaré.”


De un niño perdido a quien se sienta otro:

    Amigo, te escribo desde el país de Nunca Jamás mientras a lo lejos escucho a los indios y a los piratas. Permíteme robarte unos minutos para que te cuente un secreto, una susurro, un dedal o un beso como decía Wendy, algo que compartir.

    Cierro los ojos y dejo que salga, tranquilo, sin ninguna pretensión que no sea otra que la de compartir algo que revolotea desde hace tiempo en mi interior. Ahí voy.

    La idea de transmitir, la sensación de crear desde la nada, el inventar, el jugar, el soñar despierto, el viajar a donde tú quieras…, todo esto va asociado a la magia del teatro, y por extraño que parezca en estos tiempos que corren, es la verdadera razón por la que un día nos quisimos dedicar a esto. Aunque el mundo de los adultos nos gritara que teníamos que crecer, nos resistimos a quitarnos el maquillaje.

    Me gusta pensar que la gente del teatro seguimos siendo niños perdidos, aquellos que vivían en un mundo más allá de la estrella polar, que decidieron no crecer y que lucharon a brazo partido contra los piratas. Somos privilegiados, a nuestra manera. Hemos arriesgado mucho por un sueño, hemos tomado la opción más difícil, pero aún así nos levantamos cada mañana y luchamos por disfrutar de un camino que realmente nos permita “vivir”, o mejor dicho “sentirnos vivos”.

    No creo en el teatro terapia, el teatro no debe ser jamás un método de tortura para quienes lo habitan, joder el teatro es maravilloso y bello. Es transmisor de emociones y conductor del alma sensorial de las palabras. Como niños perdidos tenemos que disfrutar el momento, el camino, como decía Kavafis, saborear el instante en que las palabras toman forma gracias a nosotros, y no sólo las palabras, los silencios y lo que no se dice.

    El niño perdido se enfrenta a él mismo, y a tres mil ojos que le miran. A la hora de actuar, debe olvidar su ser social, olvidar su origen, y convertirse en un ser eterno al servicio de una idea que es mucho más grande que él. La persona siempre es más pequeña que el personaje que interpreta, y se debe sentir orgulloso de ello. Siempre con la humildad por bandera. Es un militante de la vida, no sólo de la suya propia, de aquella real que comienza con la salida del sol, sino de todas las vidas, de todas las realidades, desde las más serias a las más absurdas.

    En estos tiempos que corren el niño perdido no se debe limitar a la escena teatral, debe ser realmente herramienta de acción, punta de lanza que permita abrir las mentes dormidas de la sociedad en la que vivimos hoy día; debe ser el guerrillero del ARTE, porqué es el único humano que morirá una y mil veces, y el único capaz de sonreír ante la incertidumbre de continuos proyectos caducos. No podemos mantener los ojos cerrados, pues va contra la propia esencia del teatro. Hay que comprometerse con el mundo que nos rodea.

    El niño perdido es el habitante de lo irreal, se mueve en el terreno etéreo. Crea un mundo a cada paso y una emoción a cada palabra. Y en ello lleva la vida, porqué en cada palabra, lleva la creación de algún autor. El niño perdido debe ser el mejor lector de un texto, debe ser el segundo autor. Creador, y no una marioneta. Una historia puede ser mil historias, y es una aventura maravillosa el poder descubrirlas. Hay que enfrentarse al personaje y dotarle de una dimensión nueva, intensa y personal, pues aunque ese personaje haya tomado forma en millones de ocasiones, jamás habrá tomado la forma de alguien que lo interpreta por primera vez.

Hay que dejar de utilizar la mente y empezar a trabajar con el alma, con aquello que algunos han llamado impulso. Una vez que ha comenzado la función solo queda disfrutar de la magia. La magia.

    La revelación de ver que el teatro lucha por volver a ser teatro y deja de ser mero negocio me hace más fuerte. El saber que hay compañeros que se dejan el alma y el dinero en sus proyectos siendo coherentes con una ética y unos principios es algo de lo que me siento muy orgulloso. Basta ya de dar esa imagen de egos y peleas que se vende de nosotros. Estamos unidos, aquí, ahora y vamos a demostrarlo.

    El teatro, hoy más que nunca, no tiene porque alejarse de lo simple, sí de la simpleza. Cuando me refiero a la simpleza quiero decir lo burdo y el camino fácil, mientras que un teatro simple es aquel que con lo menos posible crea un nuevo mundo maravilloso. Un gran presupuesto no es sinónimo de calidad.

    El teatro es la demostración de que estás vivo pues sólo existe en tiempo real, es como un gran destello, sucede y jamás vuelve, por eso, cuando uno vive una experiencia teatral intensa sabe que le han regalado algo único que jamás se repetirá. Tiene que tener un contenido que permita al espectador valorar lo que le rodea. Un reflejo de la humanidad, que el ser espectador sea ser alguien que está dispuesto a cuestionarse a sí mismo.

    El teatro exige implicación a todos los niveles. El niño perdido trabaja en la intimidad del espacio, y navega en lo personal y privado del hombre, ahondando en sus miedos, miserias y alegrías. Es un cuerpo caliente, sudando bajo los focos, aportando todo su ser para que el espectador se convierta en un privilegiado por poder “ser sensible”.

    El niño perdido es el encargado de recordar al mundo que la imaginación no ha muerto, de recordar que alguna vez habitamos paraísos lejanos; mundos fantástico en el que fuimos princesas, reyes o villanos. Donde los adultos fueron felices quizás por un segundo. Dónde todo puede pasar.

Antonio Velasco




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